Moda en 2023: lo que está pasando (y va a pasar) en las tendencias y la industria
Por María José Pérez - 24 de marzo de 2023 - moda
Que los 2000 hayan vuelto no solo implica que las tiendas estén llenas de pantalones de tiro bajo, sino que las grandes firmas de lujo están replicando estrategias destinadas a replicar éxitos pasados.
Si miras las noticias de moda a nivel económico, podría pensarse que se está viviendo un momento idílico: las ventas suben, los beneficios aumentan en todos los sectores e incluso las compañías que registraban pérdidas, las reducen, como le sucede a Tod's o Geox. Hay más ejemplos: Victoria Beckham ha empezado a ser rentable ahora, LVMH logró en 2022 uno beneficios récord de 14.084 millones de euros, Kering aunció un beneficio neto de 3600 millones de euros en 2022, un 14 % más que en ejercicio anterior (y eso a pesar del mal final de año para Gucci y Balenciaga) y Prada ha batido todas las (buenas) expectativas de los analistas, colocándose al nivel de 2013, un año crucial (y beneficioso) para la compañía italiana. Parece que volvemos a la primera parte de los 2000 en todos los sentidos. Y no es algo baladí, sino mucho más trascendental de lo que parece. Sencillamente, porque el papel de la nostalgia pesa, y mucho, en las decisiones de compra... y en las de diseño. Ahí es hacia donde va la moda en 2023: hacia el pasado. El reciente y el del origen de las marcas.
Las últimas semanas de la moda que han servido las tendencias de otoño-invierno 2023/2024 se han mostrado unánimes; Milán y París especialmente: hay una vuelta a lo comercial. Los primeros estilismos de Prada, con una falda fantasía y un jersey humilde, son el epítome visual de una tendencia que, sobre el papel, no deja margen al fallo: un equilibrio entre lo próximo y lo idílico, entre lo práctico y lo soñador. Una especie de accesibilidad visual recubierta de brillo y magnetismo. Se ve a la perfección (también) en la apuesta de Saint Laurent por Anthony Vaccarello que engancha con los armarios de finales de los 80 y principios de los 90. No desdeñes las décadas: son las que su público objetivo ha conocido, y puede que vivido, ya sea en carne propia, ya sea a través de familiares cercanos. Y rascar suavemente con la uña la superficie de la nostalgia funciona muy bien. Hay que hacerlo con cuidado, pero incluso cuando la pintura salta más de lo que se esperaba, no molesta. La seguridad no lo hace.
Otro ejemplo notorio (y polémico) es el de Gucci. La histórica casa acababa de despedirse de Alessandro Michele y de darle la bienvenida a Sabato de Sarno. A pesar de que el exValentino ya había asumido su cargo como director creativo, su primera colección no se presentará hasta septiembre, de modo que la propuesta invernal ha corrido a cargo del equipo creativo que, de hecho, salió a saludar cuando terminó el desfile. Un papel complicado cuya única salida parecía ser la del autobombo. El homenaje a uno mismo. Nunca falla: ya lo hizo Marc Jacobs hace años cuando reeditó la colección que dio paso al grunge a nivel visual o Prada en diferentes ocasiones durante los últimos años. Así que tenía sentido que ese grupo de personas que ha estado y está detrás de los nombres propios repasasen los códigos en los que han trabajado desde hace tiempo; por eso era posible ver rastros de Tom Ford, de Frida Giannini y de, por supuesto, Alessandro. ¿El resultado? Que parte de la crítica especializada se echó las manos a la cabeza y que el público general terminó encantado: había menos vestidos imposibles y más faldas midi y jerséis que te puedes imaginar llevando en el día a día. Como los de Miu Miu, que a pesar de presentarse en la pasarela con hot pants (o directamente bragas) de colores y lentejuelas, también se unieron a faldas midi, sudaderas con capucha y blazers.
Esa concatenación de prendas está íntimamente relacionada con una de las grandes tendencias de 2023: el lujo silencioso. Es más fácil de entender de lo que parece: se trata de piezas de buena calidad que no resulten excesivamente ostentosas. Ninguna logomanía, ningún corte extravagante; ausencia de colores estridentes o estampados demasiado ligados a un momento temporal concreto. La idea es que, como llevan haciendo en The Row desde su concepción (bebiendo de Jil Sander y de Margiela), las prendas no caduquen y tengan la misma vigencia ahora mismo que dentro de veinte años. Unas que, por otro lado, se ha encargado de promocionar un tipo de mujer muy concreto: la galerista adinerada, la burguesa blanca, la mujer de bien. Las personas que no tienen dinero, sino que son el dinero. No es irse por la tangente, sino tocar otra de las notas de una melodía compleja.
Las prendas deportivas y el denim han descendido en un 51 y un 19% respectivamente con respecto al año anterior, mientras que ladylike y hombreras aumentan un 61 y 35% cada una.
No es ningún secreto que vestir un poco más clásico en tiempos inciertos aporta seguridad. A todos los niveles. Hay uno personal y psicológico que tiene que ver con la mirada de los otros: está mejor aceptado socialmente el formalwear clásico que el streetwear casual y de tendencia. Old money vs. nuevos ricos. El sesgo clasista existe, pero forma parte de las reglas del juego en el que nos ha tocado movernos. Pero es que hay otro factor puramente económico: los productos que no están vinculados a tendencias muy marcadas son más fáciles de revender y alcanzan un mayor valor en el mercado de segunda mano y vintage. Es como invertir en oro en vez de en criptomonedas: más estable a largo plazo. Además, solo hay que echar un vistazo a los datos de Tagwalk sobre las tendencias para el otoño-invierno 2023/2024 para comprobarlo: las prendas deportivas y el denim han descendido en un 51 y un 19% respectivamente con respecto al año anterior, mientras que ladylike y hombreras aumentan un 61 y 35% cada una. Menos chándal y más vestidos y trajes; menos aire de informal y más poderío tradicional.
En la tradición también se están apoyando casas como Burberry, que a pesar de haber servido una colección más casual de lo esperado por parte de Daniel Lee, ha recuperado el caballo y la palabra Prorsum en el logo. No es que Tisci no se hubiese basado en el archivo para poner el foco en las iniciales del fundador, pero lo que ha sobrevivido en la mente del público no es Thomas Burberry, sino EL caballo. El lujo de antes para los de ahora.
En ese sentido, la vuelta de Phoebe Philo a la moda es ineludible. Sencillamente, porque Philo se convirtió en la diseñadora favorita de millones de mujeres y de la crítica especializada porque su Céline (con tilde, entonces) parecía cubrir todas las necesidades estéticas e intelectuales de la sensibilidad femenina; incluso los deseos más oscuros, esos que tenían que ver con vestirse para otras mujeres y no para la mirada masculina. Una suerte de man repeller 2.0. que ha intentado ser sustituida por la prensa (en su momento se dijo que Daniel Lee y su nuevo Bottega podía ser el sucesor de Philo) y que, sin embargo, sigue teniendo su hueco ahí, esperando para ella. Para que vuelva a colocarse la corona del stealth wealth, esa corriente que trata de ser rico (o acomodado, si lo prefieres) sin hacer ostentación de ello. De nuevo, ser el dinero en vez de tenerlo. No es una invención rara: hay más de seis millones de resultados si buscas el término.
Los elementos están encima de la mesa. Y observando el bodegón, es natural preguntarse si esa aproximación a las nuevas generaciones que han estado intentando las grandes compañías en los últimos años, si las incursiones en el metaverso, la inversión en tecnología y otro tipo de acciones destinadas a modernizar el lujo fueron mentira. Si nos hemos autoengañado todo este tiempo y esas decisiones fueron superficiales y no señales de una transformación profunda. Si resulta que el nuevo lujo es como el antiguo lujo, el de toda la vida. El que sigue recubierto de misterio y pivota alrededor de la inaccesibilidad. El que, además, ahora goza del beneplácito de la nostalgia.