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Premios Oscar 2023: el glamour inocente de la alfombra roja que fue champán

Por María José Pérez - 21 de marzo de 2023 - moda

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Hay quien dice que nos han faltado más momentos epatantes. Puede ser. Pero en los looks de Cara Delevingne, Rihanna, Lady Gaga, Cate Blanchett o Halle Bailey hay ganas de devolver el brillo a un evento histórico.

Resulta que la alfombra roja de los Premios Oscar 2023 no fue roja, sino champán. Han comentado los entusiastas comentaristas de la noche que se debe a que se ha querido recuperar sofisticación y glamour; a hacer una especie de homenaje a la opulencia del Gran Gatsby que recuerda, y no de manera casual, a la temática de la gala Met 2022. Como si el rojo no encarnase todos esos atributos, como si estuviese demasiado manoseado, fuese demasiado evidente. Basta ver el vestido de Elie Saab de Cara Delevingne para comprobar la falacia: el rojo sigue siendo icónico, regio, epatante en su clasicismo. Cara se ha llevado bastantes más cumplidos que el cambio de la alfombra. Cuando algo funciona y resulta inocente, quizás convenga dejarlo tranquilo.

La elección de Delevingne resulta exquisita no solo por las características formales del look (las joyas de Bulgari, el maquillaje y el peinado son el broche perfecto), sino porque en ella es inesperado. Cara lleva años acostumbrándonos a esas excentricidades que algunos miran con una sonrisa y otros con las cejas levantadas, desaprobando como si a ella le llegasen esos consejos de familiar bienintencionado e inoportuno. Cara no suele ser clásica y por eso su interpretación del clasicismo es deliciosa en su literalidad: el Elie Saab podría haber sido aburrido si no fuese por las flores, por cómo se ciñe la tela, por la abertura de la falda, que nos regaló un momento Angelina (¿cómo no recordar a un icono?) Y, por supuesto, por el color.

Fue, curiosamente, la única que lo eligió en un año en el que no había riesgo de fusionarse con la alfombra. Mayor peligro corrieron cuatro de las cinco nominadas a mejor actriz: el rosa del Alexander McQueen de Andrea Riseborough era tan delicado que se fundía con el suelo y con la piel de la intérprete; las plumas blancas del Christian Dior de la ganadora Michelle Yeoh casi corren la misma suerte, al igual que el Chanel con capa de Michelle Williams (si no fuese por los labios rojos, su destino habría sido muy parecido al de Riseborough). Los volantes del Louis Vuitton de Ana de Armas, tres cuartos de lo mismo. Es divertido imaginar a sus estilistas en un grupo de Whatsapp poniéndose de acuerdo en una misma gama de color y unos corres que no caducan, que te garantizan ver las fotos dentro de diez años sin asustarte. Si tienes opciones de subir a recoger el Oscar, eso parece todavía más importante.

Sin embargo, Cate Blanchett se saltó el memo porque es Cate Blanchett. Lleva mucho forjando su estilo como para dejarse llevar por el afán de inocencia de sus compañeras; lo gritaban las hombreras y el azul intenso de la parte de arriba de su Louis Vuitton hecho a medida. No ha sido su vestido más espectacular en la historia de estos premios, pero sí uno que reivindica su estatus como icono de estilo en las alfombras y photocalls.

Ese mismo título también lo podría reclamar Emily Blunt gracias, entre otros vestidos, al Valentino blanco inmaculado y minimalista que ha llevado. Escote off the shoulders, mangas ajustadas, silueta impoluta. Es casi como cuando Pierpaolo Piccioli se entregó en su primera colección de Alta Costura a la abstracción, a las líneas puras. ¿Aburrido? Para algunos, sin duda, pero el maquillaje y los pendientes estaban ahí para añadir un pequeño giro. Sin embargo, para las que tienen la simplicidad de los años 90 por bandera, es un sueño.

Algo similar sucede con el Fendi de Alta Costura de Zoe Saldaña, un homenaje a los vestidos lenceros que tan de moda están aquí y ahora y que, para qué mentir, rara vez fallan en un alfombra roja. Como Prada, que firma el vestido rosa de Hong Chau con cola negra y con textura, o Giambattista Valli, firma en la que siempre se puede confiar para tener una dosis extra de teatralidad ante los fotógrafos. En esta ocasión, el abrigo rosa y el vestido bordado de Allison Williams competían en volumen con el (de nuevo) Valentino de Florence Pugh. Si no fuese por el peinado, podría haber sido un sobresaliente bajo el prisma del impacto.

Lady Gaga y Rihanna son otras dos mujeres que tienen controladas esas coordenadas (de los hombres, es que ni merece la pena hablar, dado el nivel de aburrimiento que generan sus looks perfectamente clásicos y formales -clamorosa y agradecida excepción la de Lenny Kravitz-). La primera escogió un vestido recién salido de la pasarela; un Versace con el que Gigi Hadid abrió el reciente desfile de la casa italiana en Los Ángeles. La segunda, un Alaïa que vuelve a demostrar que no está dispuesta a seguir ninguna antigua norma sobre el estilo premamá. Y menos mal. Igual que Jamie Lee Curtis, que con brillos y querencia corsetera se ha plantado un Dolce & Gabbana que pone en jaque el dictamen de cómo vestir a determinada edad.

Quien sí ha seguido lo tradicional es Halle Bailey con su Dolce & Gabbana de princesa en color turquesa claro. Quizás es porque acaba de interpretar a Ariel en La Sirenita, quizás porque el recuerdo del Prada de Lupita Nyong’o pesa, pero Bailey estaba resplandeciente en su elección segura. Lo mismo que Nicole Kidman en su Armani Privé de lentejuelas en color negro, o Rooney Mara en su Alexander McQueen. Pero claro, si eres Rooney Mara, eres capaz de hacer brillar cualquier tipo de vestido, incluso si ya lo hemos visto una decena de veces. Es la magia que solo tienen algunas.

Hay quien dice que esta ha sido la peor alfombra roja en años, que nos han faltado momentos wow. Es posible; esas impresiones residen puramente en los ojos de quien mira: el vestido que en una casa ha podido enamorar, en otra ha podido horrorizar. El look de Jessie Buckley, un vestido oscuro y brillante de tintes góticos, seguro que es de esos, o el de Janelle Monáe de Vera Wang. Pero en casi todos los estilismos parece intuirse cierta inocencia: había ganas de estar guapa, pero también de envolver la noche y el momento en un halo de gloss, volver a darle una pátina de ilusión que por polémicas y desgracias mundiales, se había perdido por el camino.

Con más o con menos tino, han cogido el paño para bruñir lo que una vez brilló y que (lo saben, lo sabemos) puede volver a refulgir.