Me he vestido como en el street style una semana y esto es lo que ha pasado
Por María José Pérez - 22 de junio de 2024 - moda
El impacto de la ropa y los looks en el día a día no es lago que deba subestimarse.
Desde que en mis manos (bueno, en mi Kindle) cayó el libro Wear It Well, de Alison Bornstein, no he dejado de recurrir a él como un manual de consulta, especialmente por su rueda de palabras que te ayudan a definir tu estilo personal de un modo amable y flexible. Y había dos que deseaba implementar y que, por distintos motivos, no había conseguido del todo: hard y elaborate. Había mucho ahí que me atraía tanto en un plano creativo como en un plano psicológico: me fascinan las prendas esculturales, las que tienen un punto sexy y fuerte, las que son más o menos exageradas, las que son vibrantes, llamativas. Los estilismos pensados. Y quizás sea por la rutina del día a día, pero mi comodidad estaba más en lo neutro y pulido que en esa versión de opulento que, para mí, tiene más que ver con las estructuras que con los colores y estampados. El caso es que cuando TikTok me puso por delante el reto de estilo 75 hard style challenge y las imágenes del street style han vuelto a proliferar en mis tableros de Pinterest por la inminencia de las semanas de la moda, se me encendió la bombilla: ¿por qué no poner a prueba los límites de mi estilo durante una semana vistiendo (casi) como lo haría en el street style? ¿Ponerme a mí misma bajo el foco haría que me sintiese bien o la inseguridad me mordería el estómago?
Tenía que comprobarlo.
Y el resultado me ha gustado.
He ido jugando con las distintas intensidades en los looks según el día y el plan: aunque la idea ha sido empujar mi comodidad, tampoco puedo negar que el contexto sigue importando y que hay momentos en los que me ha convenido mantener un perfil un poco más bajo dentro de las normas autoimpuestas para este reto. Es decir, que el primer día, cuando lo único que tenía que hacer era ir al supermercado, me conformé con unos vaqueros negros, una camisa de leopardo con lazadas y volúmenes, un collar grande y un bolso azul. ¿Podría haber hecho algo más maximalista y grandilocuente? Por supuesto. Pero también tengo que aplicar una dosis de realidad si quiero que esto sea sostenible a largo plazo.
Los colores neutros han ido jugando un papel importante en los estilismos; al fin y al cabo, son mayoría en mi armario. Y he encontrado una ventaja maravillosa en ellos: me ha permitido centrarme en complementos más excesivos. El look con el vestido lencero negro lo ejemplifica muy bien: pude dejar asomar el encaje del sujetador, colocar una chaqueta marrón y venirme arriba con varios collares de perlas XL y gafas de sol en color rosa. En otro momento de mi vida habría mantenido los accesorios al mínimo, pero estos días no eran para eso: eran para divertirme.
Sé que el concepto de diversión está muy denostado en moda. Es más, ha habido unos años en los que más de una y más de dos personas podían mirarte con desdén si osabas a pronunciar esa palabra para referirte a una prenda, colección o estilismo. Y sin embargo es una idea con la que es muy necesario hacer las paces: divertirte contigo misma es una de las sensaciones más reconfortantes que existen. Y puedes hacerlo a través de la ropa: mi punto álgido ha estado en unas bermudas de color turquesa. Ahí es nada. Si no llega a ser por esta transformación que estoy experimentando y que tiene mucho que ver con hacer las paces con mi yo de juventud, esa prenda de segunda mano no habría entrado nunca en mi armario. Pero aquí estamos.
Piezas así, potentes, de las que no pasan desapercibidas, me han ayudado, que no salvado. Me parece un matiz importante: muchas veces hablamos de la gran capacidad que tienen los estilismos y la ropa de cambiar nuestro estado de ánimo (además, hay distintos estudios psicológicos que demuestran que así es), pero todo hay que ponerlo en barbecho. Reposarlo. Un top puede ayudarte a sonreír, pero no te va a cambiar la vida, por mucho que esa marca te lo esté prometiendo. Lo comprobé en un lunes muy lunes (demasiado lunes): tenía el ánimo por los suelos y las preocupaciones no solo no me abandonaban, sino que me habían dejado hecha polvo. Y aunque lo que me apetecía era quedarme en la cama con el pijama, tenía que salir al médico, grabar vídeo y, en fin, funcionar como una persona adulta con un hijo, responsabilidades y ningún soporte externo que me hiciese más sencillo el día. Vamos, lo que estoy segura de que le pasa a un alto porcentaje de la población semanalmente.
Fui muy consciente de mi decisión estética ese día, porque podría haberme vestido en colores neutros y prendas básicas; podría no haberme maquillado, o lo justo para poder grabar. Sin embargo, pensé que si mi exterior no reflejaba el desastre que había por dentro, dejaría de cavar el hoyo más hondo y miraría hacia arriba. No salir, solo mirar.
Funcionó.
Cogí uno de mis vaqueros de confianza, pero por arriba elegí un body con el que siempre me veo muy bien y que tiene un color tan vibrante que es imposible dejar de mirar. Para colmo, me pinté los labios a juego. Vamos que no me quedaba otra que encarnar la seguridad que no sentía del todo pero que, al mismo tiempo, sabía que podía atraer gracias a la estética. Además, ese rojo me proporcionó una fuerza que si bien en días más amables he usado como imán, en aquel momento me sirvió como escudo, como protección. Frente al mundo y frente a mí misma. Ese look me ayudó a sobrellevar el día.
Es curioso cómo una pieza de ropa o un tono concreto pueden tener distintas funciones según esté nuestra cabeza, nuestro corazón. Cómo las interpretaciones personales son fundamentales a la hora de construir el mensaje que quieres transmitir con un estilismo que, por supuesto, será descodificado por quien mira de maneras distintas. Con suerte, cercanas a tu intención, pero aquí siempre hay margen de error. Da miedo, porque no todos nos llevamos bien con la incertidumbre, pero las leyes inamovibles en estética son una falacia.
Lo que sí es cierto (y quizás se acerque a cierta verdad universal) es que la relación de cariño, de amor incluso, que establecemos con nuestra ropa impacta de una manera bastante directa en la percepción de lo que vemos en el espejo y en nuestros hábitos de consumo. Esa idea me atravesó como un rayo cuando vi a Nuria, de Cléa Studio, coser uno de sus tops, y me volvió a recorrer de arriba abajo cuando me lo puse unos días después. Yo habitaba la prenda y la prenda me habitaba a mí: había visto cómo se hacía, había visto el amor que había en ella; sabía las horas de estudio y trabajo que habían llevado hasta su creación, me la puse para un día que resultó ser bonito y agradable; me hacía sentir sexy, especial y navegar esa versión de la opulencia con la que me siento cómoda. Y sé que después de este top, no voy a querer ningún otro que se le parezca porque ya tengo el adecuado. Como con las parejas, supongo.
A estas alturas, quizás te estés preguntando que qué pasaba con el resto del mundo, con las miradas de los otros. Tengo que decirte que poseo el maravilloso don de la falta de conciencia: cuando voy por la calle voy tan metida en mi mundo o en la conversación que esté teniendo que puede pasar mi marido a mi lado y no reconocerlo (anécdota real). Así que no he notado un número mayor de las miradas que sé que habitualmente recibo por mi pelo o por mi ropa. Nada nuevo bajo el sol. Lo que he podido comprobar es que tu autoconcepto importa más que las miradas de los demás: si tú vas tranquila y segurísima de lo que llevas, ni siquiera un número excesivo de miradas van a minar tu confianza.