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'Gossip Girl' y la moda masculina: el poder en los estilismos de Chuck, Nate y Dan

Por María José Pérez - 25 de julio de 2023 - moda

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Los chicos también tenían bastante que aportar en materia estética a la serie en la que la moda femenina era la reina indiscutible. Y tenemos pruebas.

¿Que si estamos volviendo a ver (al menos algunos capítulos de) Gossip Girl con el cambio de plataforma y nos estamos tragando una vez más las idas y venidas de Blair, Serena, Chuck, Nate, Dan y compañía? Evidentemente. El aterrizaje en Netflix ha sido la excusa perfecta para volver a sumergirnos en una trama cada vez más delirante que si bien desde la óptica de la actualidad tiene unas cuantas taras (y de las grandes), desde el punto de vista de la pura estética, de la moda, marcó un hito a la altura de Sexo en Nueva York. De hecho, los correveidiles de Internet que se hacían fuerte en los foros de la época sostenían convencidos que la moda era otra protagonista más de la serie adolescente y los posts de Eric Daman, el director de vestuario tanto de la serie original como del reboot, dan buena cuenta de ello. Y aunque la moda femenina se llevaba la mayoría de los planos, lo cierto es que los looks de Chuck, Nate y Dan también lanzaban mucha información relevante acerca de ellos mismos y de los arquetipos que encarnaban... y que siguen funcionando hoy en día.

Chuck Bass o cómo el poder puede ser (un poco) colorido

Al mismo tiempo que el personaje Barney Stinson popularizaba el "ponte traje", Chuck, interpretado por Ed Westick, ensalzaba la idea de que el traje de chaqueta es el símbolo de poder masculino por excelencia. No es nada nuevo: a poco que te hayas interesado por la Historia de la Moda (y que nos hayas leído algunos artículos), tendrás muy en mente la secuencia de acontecimientos que llevaron al traje de varias piezas a ser sinónimo de elegancia, de adecuación y de estatus social. Y esa es una idea que Chuck Bass encarna a la perfección: primero, lo hace porque es lo que le corresponde, el privilegio con el que ha nacido (y que, de hecho, aprovecha); luego, porque es lo que se espera de un empresario, del arquetipo de hombre de negocios poderoso al que, a ratos, parece jugar incluso siendo demasiado joven, como si el traje de chaqueta fuese, en cierto modo, un disfraz que le permite ganar un poco más de seguridad cuando tiene que hacer frente a situaciones hasta el momento desconocidas (sobre todo, en el plano laboral). Pero a Chuck Bass tenemos que agradecerle que, aun dentro de la norma del traje burgués, experimentase con formas y colores: es la fusión de la tradición junto con la diversión del preppy.

Chuck llevaba muchos trajes azul marino, grises y en colores neutros, por supuesto. No en vano, en una de sus cada vez más ácidas intervenciones, soltó: "[Mi padre] también me dijo que los niños van con traje a la guardería" (temporada 3, episodio 14). Pero siempre, o casi siempre, los combinaba con corbatas de colores, pañuelos a juego y accesorios que, dentro de lo clásico y de los requerimientos que parece marcar el dinero, aportaban un toque de distinción. Recuerda la bufanda de la primera temporada, las flores en la solapa de la tercera; los pañuelos al cuello de la primera y la segunda, las pajaritas de todas ellas. Jugaba con colores pastel, especialmente en verano y con estampados y texturas, que solía reservar para las chaquetas.

No hay que pasar por alto que Chuck Bass tenía el estatus y los privilegios suficientes como para poder jugar con las normas estéticas que enmarcaban su mundo sin sufrir consecuencias en exceso, pero también es cierto que era casi el único que lo hacía y que, además, tampoco él se libró de algún que otro comentario inútil e innecesario sobre su aspecto, como cuando Horace y Vanessa se ríen de su look en el capítulo 7 de la segunda temporada. Ahí, en los inicios de la serie, volvía a plasmarse de una manera clara el peaje que han pagado los hombres en materia estética: si te sales de una vestimenta clásica, vas a ser ridiculizado. Y ojo, no es que a las mujeres no nos pase (ni muchísimo menos), pero ellos tienen el margen de maniobra tanto o más reducido que el nuestro, en tanto que menos registro de colores y formas tienen a su disposición. Siguiendo el canon, claro. 

Para ocupar los espacios de poder, parece que nosotras no podemos vestir de rosa. Pero es que ellos, en general, tampoco.

Chuck Bass era el adolescente y el hombre que llevaba americanas cruzadas, un mono rojo enterizo para hacer deporte (las pocas veces que lo hacía); pantalones celestes, relojes de cadena, corbatas estampadas y un traje blanco para su boda. Quizás, y solo quizás, podría ser el hombre que lleva un Saddle de Dior a una boda o un Jacquemus a un photocall sencillamente porque le gusta, sin pararse a pensar en qué dirán de él. Porque, al fin y al cabo, es Chuck Bass.

Nate Archibald o la inercia del old money

El caso de Nate Archibald es, quizás, el más canónico de todos. Aburrido, también: es quien menos evolución visual muestra a lo largo de la serie porque es el que menos evolución personal tiene a lo largo de la serie. Desde la primera hasta la última temporada, vemos cómo trata de luchar contra su privilegio, volviendo a él cuando es necesario y tratando de encontrar su identidad dentro de un sistema y una familia que no dejan de sobrevolar todas y cada una de las decisiones que toma. Pero ni siquiera el Spectator es una victoria: no solo contó con la intervención de los Archibald, sino que en los últimos minutos de la serie, en su epílogo, vemos cómo ha terminado entrando en política, la actividad familiar favorita. Vamos, que a efectos prácticos, termina donde empezó, solo que un poco más comprometido con la sociedad y su entorno y menos con los estupefacientes. 

Cuando conocemos a Nate Archibald, el estilo clásico sin demasiadas florituras es su seña de identidad. Lleva traje oscuro en las ocasiones más formales, aunque se desmarca con uno celeste para su cotillón; la excepción que confirma la regla. Las camisas blancas, celestes o a rayas desabotonadas y sin corbatas son sus mejores amigas y donde Bass recurre a pantalones sastre, Archibald prefiere pantalones de algodón en colores neutros o vaqueros. Sí, denim. Esa pieza que sería impensable en el armario de su amigo y que, sin embargo, acompaña a este vanilla boy a lo largo de las seis temporadas. 

Nate también tira de recursos un poco más deportivos durante su adolescencia y primera juventud, como polos y jerséis, aunque ojo, porque hay algún cárdigan con el que intenta añadir dimensión e interés, aunque no demasiado, al look. Lo más extravagante que le veremos es esa chaqueta con el escudo de su familia bordado, algo de lo que, por supuesto, tanto Dan como Vanessa hacen una broma. Y ya está. Porque en cuanto se adentra en el mundo corporativo, primero en las prácticas en el despacho del alcalde y luego en el periodismo, Nate recurre al traje. Al sobrio, al que llevamos décadas viendo en pantalla, al de los colores oscuros y corbatas sobrias. Al que está en todas las tiendas, en el armario de tu padre, de tu vecino, de tu marido, de tu pareja o de la persona de género masculino más cerca que tengas. Porque el look de Nate es el look normativo, el look que ves una y otra vez por cualquier calle porque no quiere ni pretende correr riesgos estéticos. Y no es que sea una suerte de uniforme a lo Steve Jobs con el que reducir la fatiga de decisión para poder centrarse en otros asuntos que considera más importantes (un argumento que también tiene unas cuantas lagunas, por cierto), sino porque no es algo por lo que haya tenido que preocuparse nunca, en tanto que hombre blanco cishetero y privilegiado... sin afán de diversión. Esa es una de las principales diferencias entre Bass y Archibald: mientras uno tiene desarrollada cierta sensibilidad estética, el otro no.  

Dan Humphrey o pasar del 'outsider' al 'insider' poderoso

Vamos a contar con que después de once años desde el final de la serie, los spoilers han caducado, pero por si acaso: se viene spoiler

El cambio de Dan a lo largo de la serie puede considerarse forzado, y convertirlo en Gossip Girl, un despropósito que los fans intentaron desmontar en cada nuevo visionado, pero lo cierto es que incluso aunque no se hubiese descubierto como el último sociópata, habríamos podido observar un cambio a medida que va avanzando en su carrera literaria. Porque a medida que va ganando fama a través de sus novelas y de los escándalos posteriores, Dan Humphrey va evolucionando su estilo, en un retrato bastante fiel a la transformación que va vinculada con la edad y con los cambios de roles.

Cuando Humphrey se presenta en pantalla y, como él mismo sostiene, se escribe en la alta sociedad de Manhattan para llamar la atención de la chica que le gusta, lo hace como el outsider, el marginado que parece haberse colado en el colegio de élite y que está allí por una carambola del destino y de esa meritocracia impostada que hay en el centro. Becado e inteligente, dos cualidades que parecen invalidarlo de manera automática para la sensibilidad estética, en una versión muy retorcida de la pick me girl que, sin embargo, esconde los mismos matices misóginos: él no se preocupa por la ropa porque tiene un gran mundo interior, no se pone trajes porque es más humilde que el resto. Dan, en cierto modo, desprecia la moda porque la asocia a la corrupción y a la maldad que le atribuye a sus compañeros privilegiados. Sin embargo, el punto de inflexión empieza pronto: cuando su padre y Lily se casan y él empieza a tener dinero disponible.

Es en esa tercera temporada cuando se empiezan a hacer comentarios sobre su cartera, sobre su traje de Armani para ir al polo, cuando las camisas empiezan a ser más y más habituales, aunque no solo las de cuadros; cuando se convierte en un jersey con cuello de pico pegado a un hombre, como le señalan algunos compañeros de universidad. Paso a paso, va mezclando vaqueros con pantalones chinos, mejora la calidad de los tejidos y las prendas y ademanes propios de la intelectualidad se cuelan en su guardarropa que, a pesar de haber tenido todas las papeletas, superó la etapa hipster sin hacer concesiones. 

La etapa de Blair y Dan (primero en formato amistad, luego, en formato romance) es también decisiva visualmente hablando para el escritor. No solo porque tienen los diálogos sobre moda más interesantes de la serie, sino porque también protagonizan el más divertido ("Estuve saliendo dos años con Serena Van Der Woodsen; sé que esos son unos Marc Jacobs mostaza"; temporada 4, capítulo 13) y porque es cuando más activamente se habla de la importancia del estilismo a la hora de mostrarse al mundo. Es cuando Dan empieza a refinar definitivamente su look de escritor, que termina puliendo en las últimas dos temporadas, incidiendo en prendas que ya había probado y que, sin embargo, se acercan más a la concepción visual del poder moderno que se tenía en el momento. No le hacían falta los trajes de Chuck Bass, aunque sí blazers, zapatos de cordones, pantalones oscuros y prendas de arriba ligeramente ajustadas para resaltar la silueta de triángulo invertido que le caracterizó a lo largo de todos sus cambios físicos. 

Dan Humphrey mantenía a ratos al chico de Brooklyn pero, sin que casi nadie se diese cuenta de manera activa, terminó convirtiéndose en uno de Manhattan. También a nivel visual.