Gossip Girl y la moda: el look de las protagonistas habla de quiénes fuimos (y de quiénes somos)
Por María José Pérez - 31 de mayo de 2023 - moda
Blair Waldorf y Serena Van der Woodsen podrían regresar (aunque sea para un reencuentro) a las pantallas, y después de casi 11 años del final de su emisión, es pertinente analizar los motivos por los que el estilo y la moda de la serie siguen teniendo un impacto hoy en día.
Cuando desde la cuenta oficial de Gossip Girl publicaron un antiguo cartel dejando caer una posible reunión (aunque soñamos con una vuelta en toda regla) del elenco original, las fans de la serie que se emitió de 2007 a 2012 dimos un grito. Y no metafórico. Porque Gossip Girl fue una de esas series que marcaron un antes y un después y que poco o nada tiene que envidiarle (al menos, en materia estética) al calado de Sexo en Nueva York: las que tenemos 30 crecimos viendo, aunque fuese tangencialmente, las idas y venidas de los pijos del Upper East Side a través de las pantallas... y también intentando emular los estilismos de Blair Waldorf, Serena Van der Woodesen y compañía. Nada raro tratándose del binomio adolescentes y series y, sin embargo, al hablar del universo visual de la Reina Cotilla, el fenómeno parecía (y parece) magnificarse.
Motivos por los que eso sucedía, por los que las marcas de moda rápida se llenaron de elementos que remitían directamente a la estética de la serie, hay varios. Al fin y al cabo, el éxito es casi imposible de calcular. Sin embargo, que más de diez años después del final de la emisión sigamos emocionándonos con los revisionados, con los posibles regresos y con los looks que llevaban entonces las protagonistas puede tener que ver con unas conexiones socioculturales que son de todo menos nuevas. De hecho, más antiguas que el hilo negro.
Blair Waldorf, el mito de la mujer perfecta y el preppy
Vale que nos quisieron colar a Serena como la protagonista carismática y maravillosa y a Blair como la villana de la película, pero las tornas no tardaron en cambiar: el carisma del personaje de Leighton Meester se comió a la rubia de turno y las temporadas posteriores giraron en torno a ella. Alrededor de su toxiquísima relación con Chuck Bass también, claro, pero lo cierto es que la evolución de este personaje es digno de Rachel Green, que pasa de ser una niña mimada y malcriada a una profesional de éxito que sabe valerse por sí misma. Especialmente, cuando decide dejar de lado la relación que en teoría anhelaba para saber quién era sola, cuánto podía desarrollarse. Luego llega el príncipe y la cosa se complica, pero la búsqueda de Blair de su propia esencia es palpable en casi todas las temporadas. De la perfección, también; un tema digno de terapia que, inevitablemente, se refleja en los looks, de principio a fin.
"Soy Grace Kelly; soy Grace Kelly". Era el mantra de Waldorf al cumplir los 18, y lo usaba como sinónimo de todo aquello que consideraba adecuado para ella, beneficioso: autocontrol, elegancia normativa, fijación por los detalles y sí, dinero y poder. Porque lo que deseaba Blair por encima de todas las cosas era ser una mujer poderosa. Y las mujeres poderosas visten de un modo muy concreto, especialmente, en el Upper East Side.
Siendo una adolescente, Blair personalizaba y transformaba su uniforme y el de su corte con todos los elementos típicos de la estética old money, porque ellas no tenían dinero: eran el dinero. Las diademas eran innegociables (y se ponían con el adorno a la derecha), los cuellos bebé, broches, medias de color claro y zapatos de tacón, o en su defecto bailarinas joya, resultaban imprescindibles. Las mallas estaban prohibidas, así como cualquier prenda que tuviese el más mínimo rastro deportivo fuera de la clase de gimnasia (que ya sabemos que eran bastante particulares). Para Blair, el poder longevo era el poder clásico (y hasta autoritario) y por eso adoptaba usos y estilos más cercanos a épocas pasadas que a la temporalidad en la que se desarrollaba su historia: mientras las celebrities se enfundaban sus pantalones de chándal de Juicy Couture y las botas UGG, ella se movía con abrigos de colores y bolsos que colgaban de su codo.
El reverso de esa aparente perfección y autocontrol era lo que ella llamaba su Grace Jones, un lado salvaje que infundía tanto miedo como respeto y admiración. A esa epifanía llega al final de la serie, pero la va sacando a relucir a lo largo de todos los años en los que pasa del instituto a la empresa de su madre. Pero siempre estaba dentro de lo (más o menos) aceptable. El peso que chica llevaba sobre sus hombros y que calaba en las mentes adolescentes era descomunal, un constructo producto de siglos y siglos de evolución que termina en una dicotomía imposible de resolver: sé inteligente, pero no asustes a los hombres; sé pura y recatada, pero déjate llevar en la cama con tu pareja (recordemos que esto le dio más de un disgusto y más de dos en el inicio de la serie), sé productiva en el trabajo pero no dejes de lado tu vida personal (mención especial a su etapa en la revista W). Blair tenía que serlo todo y más, y para eso, siempre tenía que estar adecuada, un concepto que puede asfixiar más a las mujeres que el corsé. Porque déjame que te diga una cosa: la mayoría de las reglas de estilo que conocemos hoy en día vienen de los inicios del periodismo de moda, siglos y siglos atrás, y las escribieron hombres, ya que las mujeres teníamos prohibido escribir y publicar. Pues eso.
Ante todo, y además del poder, Blair representaba visualmente la seguridad. Y ya lo sabes: ante tiempos inciertos, tendemos al clasicismo de manera casi automática. Ha sucedido históricamente en todos los períodos de crisis y es especialmente visible en los vaivenes de la moda a principios del siglo XX; en los últimos años, es casi ineludible. Pero si hay algo que agradecerle a la precursora del Plazacore es que no cayó (muy a menudo) en el power suit clásico de los años 80, que tan vigente sigue aquí y ahora.
Blair se sentía en la prerrogativa de interpretar a su manera la estética de una mujer poderosa, y aunque no se bajó de los consabidos zapatos de tacón, lo cierto es que no renunció ni a las flores, ni a las faldas y los vestidos. De hecho, es prácticamente imposible encontrarla en pantalón (puedes contar esos looks con los dedos de una mano) y, como ella misma dijo "las hombreras no van con mis delicados hombros". Y eso, en realidad, y aunque no se haya destacado demasiado en las revisiones estéticas de su personaje que se suceden en las redes sociales, es esperanzador. Lo es porque ella se negó a dejar fuera de la puerta sus elementos femeninos para entrar en las dinámicas de poder. Quiso ejercer tal y como era. En su totalidad, sin dejarse nada.
Serena Van der Woodsen, el cliché de la mujer fatal y el sexy
Dice Diego Bagnera en Cine y moda: ¡luces, cámaras, pasarelas! que "Hollywood ha convertido en héroe de casi todos sus relatos al que escapa de la precariedad económica (o es llanamente rico) y responde a su vez a los estereotipos de hombre o mujer sexualmente deseable para la mayoría (nos dicen) de acuerdo con los patrones estéticos muy cuestionables que buscan actuar incluso como un tipo e selección natural dirigida [...] El modelo es el mismo: guapo y rico, a ser posible blanco, de buena contextura". Y ese extracto define perfectamente a Serena Van der Woodsen, a la imagen de ella que nos vendieron desde que se bajó del tren para ir a ver a su hermano hasta que desciende las escaleras enfundada en un vestido de novia. Porque si bien es cierto que el personaje de Blair (centrándonos en los femeninos) cambia con los años, Serena parece atrapada en su propia trampa, la misma que Dan relata en la novela que tantos problemas y fama le trajo. Serena es el resultado de muchos arquetipos femeninos plasmados en Hollywood, y no todos con connotaciones positivas.
Aunque siempre se deja entrever que ella es consciente de su poder, la relación que tiene con él es ambigua, y no siempre se sentía cómoda ejerciéndolo. Y cuando lo hacía, la femme fatale salía a relucir. Era cuando más sexy se mostraba, cuando más ajustados eran sus vestidos y más pronunciados eran sus escotes, cuando más alborotada estaba la melena rubia de mechas y ondas perfectamente despeinadas. Cuando más se veían los labios cubiertos de gloss. A pesar de ello, tampoco querían renunciar al punto teóricamente inocente de la lolita, a esa creencia de que, como dijo Humbert Humbert, ella era "inconsciente de us fantástico poder". Piénsalo por un segundo: de manera activa, y en contraposición al esfuerzo de Blair, nos hacen ver que Serena tiene una gracia natural y desenfada que conecta mucho con el personaje de la polémica novela de Nabokov. ¿Lo brutalmente descorazonador? Que Lolita se ha considerado tradicionalmente parte del arquetipo de femme fatale porque arruinó la vida de un hombre.
Es lo mismo que le sucedía a Helena de Troya (otra que nos han pintado de espectacular belleza), quien, en teoría, sí sabía del poder que ejercía sobre los hombres. Y en el mismo saco se pueden meter a figuras bíblicas y mitológicas como Judith, Salomé, las sirenas o Medusa, que, según el Museo de Arte de Hamburgo, "fueron retratadas como mujeres calamitosas en el arte y la literatura entre 1860 y 1920". Las flappers y las mujeres retratadas en el cine negro, donde terminó de extenderse el término y de hacerse puramente mainstream, no hicieron sino incidir en la dualidad liberación-sexualización, pero siempre bajo la óptica masculina. Justo lo que volvió a suceder en los 2000, momento en el que se inserta el personaje de Serena Van der Woodsen.
Ella, como muchas antes y ahora, tenía que moverse entre la supuesta libertad de exponer su cuerpo y el relato de pudor y adecuación sexual, cuando no terror. El mismo al que estaba sometida Blair, pero con esa capa neoliberal. Su propia amiga se lo dice cuando hablan sobre la posibilidad de una relación abierta y Serena dice que a ella le gustaría vivir en los 60: "Tú crees en las melenas largas, en las faldas y en las sandalias, pero ¿en una relación abierta? No lo creo". Minutos después, sale en camisón con ese chico a dar un paseo.
La sexualidad y la compleja relación que mantenía con ella estaban presentes en el vestuario de Van der Woodsen de maneras sencillas y evidentes, pero siempre manteniendo una capa de lujo que la alejaba de lo considerado (muy) vulgar: minifaldas cortas, cortísimas, escotes tan vertiginosos como los tacones; transparencias para los vestidos de noche, cut-outs, botas altas, pantalones pitillo, vestidos bodycon cuando crece y, en general, todo aquello que ponga la atención en su sensualidad, que es la fuente de su rugoso e irregular poder. Uno que, en muchas, muchísimas ocasiones a lo largo de la serie (tal y como dictamina el arquetipo más antiguo), se le vuelve en contra. Incluso termina provocándole un accidente de coche.
Jenny Humphrey, la romantización de la pérdida de rumbo y la estética gótica
Llegamos al último personaje femenino más popular de Gossip Girl (porque, seamos sinceros, Vanessa no caía tan bien y no nos interesaba mucho a nivel visual). Jenny. Ay, Jenny. Había mucho de esa niña en todas nosotras, esa chica que aspiraba a más, que luchaba por algo más, incluso perdiéndose ella misma por el camino. Y vaya si lo hizo.
Una de las cualidades más curiosas de Jenny desde el principio de la serie fue su presentación como una Blair 2.0, porque a pesar de compartir con Serena belleza normativa, cabello rubio y altura, femme fatale solo puede haber una. De hecho, cuando las dos intentan ocupar ese puesto, es Humphrey quien sale perdiendo, porque no hay sitio para dos mujeres que se parecen (ya se sabe, recurrir a la enemistad femenina era un arma muy efectiva para los guiones de la época). Jenny era plenamente consciente de que no tenía la gracia natural de Serena y un complejo de clase que no podía superar... hasta que se hizo rica. Aunque su transformación estética comenzó antes.
Jenny pasó de querer ser Blair y del estilo preppy que le imponía el grupo (y que era la manera de encajar, de acceder al poder que conocía) a una estética más experimental que ya apuntaba hacia el grunge. Cuando se escapó de casa empezó con las superposiciones, el eyeliner a toneladas y a un casual que se alejaba, y mucho, de lo que llevaba el resto. Cuando regresó, se quitó el maquillaje de ojos oscuro y se colocó otra vez el uniforme de Constance. Pero en cuanto fue reina y empezó su descenso a los infiernos, cuando sucumbió al exceso de poder y al lado oscuro, fue cuando entraron en acción las cazadoras biker, las tachuelas, las plataformas gigantescas que constraban con lo delgado de sus piernas y cierto oversized no exento de sensualidad (cuando no sexualidad). Jenny representó muy bien el heroin chic, reflejado tanto a nivel visual como narrativo: no hubo drogas duras de por medio, pero sí alcohol en su caída final. Y aunque ahora Miércoles y Jenna Ortega han hecho mucho por la revisión del goth, entre 2007 y 2012, ese grunge 2.0 unido a la romantización del sufrimiento equivalía a ropa oscura que ajustaba y mostraba algunas partes del cuerpo y ocultaba otras.